“Hola
viajero” –me dijiste después de un tiempo sin vernos.
Me
gustan los aeropuertos, las estaciones de autobuses, trenes, metro, etc. Hay
movimiento, disfruto ver a la gente corriendo, arrastrando sus recuerdos
y equipaje, intentando llegar a tiempo a su destino; también hay personas de
pie, inquietas, mirando el reloj, esperando… me emociona presenciar esos
momentos de apuro; invento tramas, imagino desenlaces y me conmuevo con ellos. Infinidad
de historias, todos los días.
Me
gusta irme y a veces regresar, sólo que esta vez una llamada me atrasó unos minutos, el camión
ya había partido, esperé al siguiente, llegué a la estación del metro; se
canceló la ruta directa al aeropuerto, no sabía qué era mejor, esperar al
siguiente o tomar un taxi.
¿Cómo
llego más rápido al aeropuerto, en metro o en taxi? –me responden que hay
mucho tráfico y que el costo es cinco veces mayor en taxi. Esperé media
hora más, atravesé corriendo el
aeropuerto, sudando, esquivando turistas; las aerolíneas de bajo costo siempre
están alejadas, la taquilla ya estaba cerrada, corrí a la oficina, el equipaje
para documentar me hizo perder el vuelo.
Contestar
una llamada lo cambió todo, tú me estabas esperando, ibas a recogerme desde
otra ciudad, te llamé, no contestaste el teléfono, ya venías en camino… nada que
hacer, el efecto mariposa.
Me tomo
una cerveza, leí que cuando viajamos no estamos en control de nada: de las
cancelaciones, los precios de los boletos, huelgas de transporte, la comida,
las reservaciones, enfermedades, pasaportes, visas, equipaje perdido, la temperatura, los fenómenos meteorológicos, el estado de ánimo de
nuestros huéspedes, el cambio de moneda, los asaltos, los cambios de planes,
etc… No tenemos el control absoluto de nada, no importa la distancia o la
duración del viaje. ¿Por qué viajamos entonces? ¿De verdad no estamos en
control de nada? ¿Y si esta vida es un viaje qué?